
Elisa no era capaz de probar bocado sin sentirse culpable. Su única alimentación consistía en un pobre trozo de bizcocho que había hecho su madre, un pequeño plato de verduras y un vaso de leche con tres galletas, alimentos todos ellos repartidos a lo largo de un día. Si se encontraba optimista, con suerte, se permitía comer algún filete de pollo empanado o incluso una ración de legumbres. Con tan sólo 15 años, ya odiaba su imagen reflejada en el espejo.
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